miércoles, 14 de mayo de 2008

La utopía necesaria

Desde antes de la desaparición de la Unión Soviética está abierto el debate sobre el futuro de las ideologías que tiene su origen en el pensamiento marxista. Se nos planteó entonces, que ese momento coincidía con el fin de la historia, o lo que es lo mismo, el fin de las utopías. No me parece nada positivo ese debate, es más no me parece realista. Nada existe más improbable que esperar que la humanidad se resigne a no avanzar hacia nuevas metas, ni que se quede instalada en la apatía, sin capacidad de reacción ante las, cada vez, mayores contradicciones e injusticias que genera este “capitalismo triunfante”.

Es preciso condenar las aberraciones inhumanas a que llegaron algunos estados totalitarios utilizando como pretexto ideas que, pretendiendo salvar al hombre de su propio egoísmo, lo anularon como ser individual, con capacidad creadora, convirtiéndolo en un ente sin valor ni objetivos propios, que no fueran servir a una entelequia monstruosa llamada Estado. Pero de ahí a tirar al basurero de la historia a millones de hombres y mujeres que creyeron en proyectos de igualdad, y dignidad humana, como respuesta a la dominación de los sistemas totalitarios y del capitalismo salvaje, va un abismo. Ante la esclavitud del fascismo, muchos de ellos pagaron un alto precio en la lucha por conseguir la libertad. También ese ansia de libertad les llevó a apartarse de la protección del U.R.S.S y otros llegaron a ser perseguidos por el llamado “socialismo real”, por no aceptar que éste impusiera su yugo “salvador”, al precio del silencio ante la amenaza de muerte de los discrepantes.

No hay que tener complejo de culpabilidad por lo que no fue nunca modelo de conducta de los que mantuvieron encendida la llama de la esperanza en la reconquista de la libertad, y de un futuro de progreso social, aquí en España o en el resto del Mundo. Sería tan injusto como hacer pagar las culpas de los inquisidores de ayer o de hoy (esos obispos afines a la ultraderecha interna del PP), a los teólogos de la liberación, a los “Romero, Casaldaliga, o Ellacuría”, o a tantos cristianos de base, curas obreros, misioneros y cooperantes cristianos que dan lo mejor de si mismos, y sus propias vidas, en los lugares en que la injusticia del sistema capitalista se hace más evidente y clamorosa.

El verdadero debate no es otro que el que nos lleve a saber cómo construir una sociedad que responda a los verdaderos retos de la humanidad, para llegar a ser realmente humana, cercana a todos los ideales y valores más excelsos, los que constituyen ese patrimonio intangible, espiritual incluso, de las grandes utopías, que inspiraron a los grandes hombres que han marcado y siguen marcando el camino de la humanidad. Los retos siguen ahí: el fin de las guerras, la miseria, el hambre y las enfermedades curables, el analfabetismo, la falta de libertad, las vejaciones en todas sus formas, las discriminaciones raciales, políticas o sexuales. El “¿qué hacer?” tiene que tener una respuesta cada vez más unitaria, menos burocrática, más volcada en la realidad, desafiando al conformismo con ilusión, o mejor, con la seguridad de que podemos conseguir alcanzar un mundo más humano, en paz entre los hombres y con la naturaleza.

¿Qué nos lo impide? Nada, salvo nosotros mismos. Esos objetivos no son utópicos, son más cercanos y sencillos para la humanidad que alcanzar el desarrollo armamentístico que hoy permite destruir el planeta apretando un botón, o viajar por el espacio.
¿Puede ser posible destruir el mundo, o conquistar las estrellas e imposible salvarnos de nosotros mismos?. Creo que no. La utopía de la paz, la libertad, la dignidad en igualdad de todos, y el progreso en armonía con la naturaleza, es posible. Esa es la mejor definición de libertad, la capacidad humana de escoger y crear su propio futuro. La historia humana es el relato de nuestros fracasos, y de nuestros éxitos, en la lucha por ese poder indiscutible del hombre que es su propia libertad. El poder de la libertad nunca cederá tanto ante los todos los totalitarismos externos, como cuando somos nosotros mismos los que nos negamos esas capacidades, dejando de ser libres, y de ser humanos.

Estoy convencido de que deberíamos cambiar el enfoque tradicional en la lucha contra la injusticia. Siempre tendemos a ver al enemigo fuera de nosotros, continuamente nos hacemos "trampas en el solitario" para descartar de nuestra responsabilidad toda culpa en los males de la sociedad en la que habitamos, y en el mundo. Pero eso no es siempre así, somos todos responsables en cierto modo y medida. Unos serán más y otros menos, unos se nos representarán como la personificación del mal, mientras veremos que hay personas angelicales a las que nada imputaremos. Pero cuando los males presentes y los peligros del mañana son tan graves y evidentes, hasta las propias víctimas del sistema tienen que preguntarse en qué están colaborando por acción u omisión en mantener esa situación.

Todos podemos hacer algo más, algunos mucho más, por objetivos que, para empezar, ni siquiera tenemos como prioritarios. Pensemos en las preferencias de los que viven pendientes de su equipo de futbol, su trabajo y su familia (a veces, por ese orden), y cambiemos o añadamos al fútbol o la televisión, infinidad de cosas, desde tunear el coche, la cacería, los videojuegos, y tendremos una idea clara de que vivimos indiferentes a los retos en los que les va la supervivencia a muchos seres humanos o la conquista de logros sociales que aseguren la paz, la libertad y la justicia para todos los seres humanos, de hoy y de un mañana, cada vez más oscuro. Algunos, incluso desde organizaciones sociales, políticas o culturales, dedicamos más tiempo a las propias dinámicas internas de estas organizaciones, que a conseguir los objetivos para los que los que fueron creadas.

La utopía es imprescindible, pero para conseguirla es necesario establecer objetivos concretos y cercanos, que vayan en pos de aquélla, que sean asumidos por un número suficiente de personas, que estén muy concienciadas, comprometidas y seguras de conseguirlos. Es urgente iniciar una dinámica colectiva que pueda ir generando, poco a poco, nuevas iniciativas hacia metas ascesibles pero que proyecten, desde el hoy, un nuevo futuro; dentro de un proceso en el que aparecerán contradicciones, empezando por las nuestras propias. Esas son las primeras que habremos de superar para ir creciendo al mismo tiempo que nos acercamos a objetivos que nos demandan ser también nosotros diferentes.

En este sentido es en el que encuentro interesantísimo el planteamiento del jesuita Esteban Velásquez “Iniciativa Cambio Personal Justicia Global” (personayjusticia.wordpress.com), que tuvo su puesta en marcha en el encuentro de Ceuta el pasado 28 de septiembre de 2.007: “Espiritualidades, Éticas y lucha por la Justicia global”. De ese encuentro podéis tener una referencia en http://www.enfoca.es/2007/10/iniciativa-cambio-personal-justicia.html, y ver los contenidos de las ponencias en http://www.youtube.com/personayjusticia.